Se ve que por más que me lo repita, no se me graba en la cabeza que la vida es sólo un  juego.  Pero ¿Cómo explicármelo cuando siento que no puedo contener más las lágrimas y voy a convertirme en un tsunami?
Es ahí cuando tengo ganas de insultarme unas cien mil veces hasta satisfacer mi casi insaciable desprecio hacia mi debilidad.
 Que decepción verme llorando por cosas tan miserables.
Que decepción arrepentirme después de secarme la última gota de indignidad.