octubre 21, 2014

Quiero que me trates suavemente


No me preguntes por qué nunca podemos despedirnos. ¿Será que siempre nos tendremos presente?
Aprendimos tanto el uno del otro que somos un antes y después en nuestras vidas de simples adolescentes.
Los errores que tal vez podrían haber sido evitados, los rencores que podrían haber sido perdonados, ¿qué hay de eso? Simplemente no ocurrió, y ahí quedaron. Y nosotros seguimos sabiendo que tal vez nuestra historia podría haber sido de otra manera, pero ya no es nuestro tiempo.
Cada uno siguió un camino distinto, porque no podíamos estar juntos. Porque tal vez eso que tanto nos unía ya concluyó, hizo lo suyo, nos ayudó y desapareció.
Desapareció su sonrisa cerrada, su mirada fija, su calor, sus abrazos, la suavidad de sus besos. Desapareció la magia del efecto mariposas en la panza que traía consigo lo antes nombrado. 
Se cerró el ciclo. Terminó ese invierno. 
Empezó la primavera, y nosotros sin poder acercarnos.
La agresividad, la frialdad de sus palabras y su falta de comprensión no me permiten romper el silencio.
¿Por qué no podemos hablar? ¿Por qué no podemos mirarnos y escuchar lo bien que no está yendo por separado?
¿Por qué el odio y el rencor de dos chicos que aprendían a vivir? ¿Por qué nunca voy a entender lo que sintió por mí?
La vida va a seguir, no va a parar, no va a tomarse una pausa por dos personas que no aprendieron a convivir. 
Seguramente no sepa de él, seguramente no sepa de mí. Seguramente nos sigamos espiando a escondidas para saber si estoy bien, para saber si está bien. Para seguir confirmando que no nos tenemos que entrometer.
Porque mejor quedarme con la imagen de aquel chico que me hizo sentir más, que aquel con el que ya no tengo nada que ver.

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